El término evaluación se asocia casi exclusivamente a la acreditación, no obstante, la mediación tecnológica y la virtualidad vivida durante la pandemia nos dio la oportunidad para retomar aspectos “sustanciales” de la evaluación en su dimensión pedagógica.
Empezar a articular formas de evaluar en la virtualidad que sean al mismo tiempo útiles para la acreditación:
“Independientemente del tipo, del medio o del modo de llevar a cabo la evaluación, el trasfondo es la consideración de que la evaluación debe contribuir a valorar el progreso cognitivo y de competencias en ámbitos concretos, es decir, comprobar hasta qué punto los estudiantes están consiguiendo los objetivos marcados en la formación, y favoreciendo su aprendizaje. Es por tanto, un elemento para su ayuda y no únicamente un elemento de selección o promoción hacia un nivel superior” (Bautista, Borges y Forés, 2006).
Puntos claves de una evaluación auténtica:
Determinar los tópicos que se van a evaluar, teniendo en cuenta el lenguaje propio de cada disciplina. Pensar en evaluaciones o autoevaluaciones, pero sobre todo evaluaciones altamente participativas.
Es importante tener en cuenta que no se trata de "sorprender" mediante la incorporación de las últimas tecnologías: el mayor desafío en las actividades y materiales que utilicemos es lograr altos niveles de interactividad en los procesos de comunicación y la retroalimentación. Es posible pensar y diseñar diversas tareas entrelazadas en el proceso formativo para que puedan desarrollarse tanto a nivel individual o que resulte de producciones grupales.
Propiciar la autoevaluación y evaluación entre pares a través de rúbricas. Se podría, por ejemplo, evaluar no por el trabajo sino por la evaluación que hagan del trabajo de los compañeros.
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